CAPÍTULO 11: Las equipos profesionales en las organizaciones de Servicios Sociales
Teresa Zamanillo nos sumerge, una vez más en la definición y diferenciación
entre organización e institución, no viendo diferencias más allá de las
relaciones y los vínculos entre los individuos. Una vez más relacionamos
profundamente la idea de organización como interrelación de personas como venía
haciendo hasta la fecha tanto Félix Castillo como Etkin y Schvarstein.
Teresa nos hace una retrospectiva del concepto organización, comenzando por
un somero paso por las concepciones tradicionales del mismo y retrotrayéndose,
por ejemplo, a la definición de Marx de la misma y de diversos conceptos. Para
Marx tanto la burocracia como el concepto de Estado son instrumentos de la
clase dominante sobre las otras clases.
Pienso que en la actualidad, tal y como describía Marx entonces, la
burocracia es clasista y facilitadora en tanto en cuanto se puede o no
entender, por lo que las clases altas y mejor formadas y capacitadas, tienen
una facilidad que las personas más vulnerables no poseen. Es más, a mayor
vulnerabilidad, por norma general, mayor dificultad de ejecución correcta de la
burocratización existente, por claras carencias formativas. Existe, a mi
entender, un analfabetismo funcional que dificulta enormemente el acceso a las
políticas de bienestar en condiciones de igualdad y equidad.
Siguiendo el hilo histórico en cuanto a definiciones de organización se
refiere, nos encontramos con Weber y su idea de que la burocratización del
sistema es igual a una “dominación” pero legalizada. Dominación legitimada
porque parece que las leyes están bien hechas y de manera democrática por las
personas que acceden al poder de manera legal al puesto que ocupan. Todo el
sistema funcionarial está legislado para funcionar en igualdad de oportunidades
para todos, pero, ¿dónde está la igualdad de acceso al puesto?, ¿dónde quedan
las desigualdades de acceso a la educación? La burocratización excesiva
destruye, para Weber, la igualdad de oportunidades.
En este modo de concepción de las organizaciones propuesto por Marx y
Weber, todo quedaría legislado y burocratizado, pero perderían el sentido y no
serían válidas, ya que en ningún momento se toma en cuenta la iniciativa del
individuo.
Teresa Zamanillo continúa con el proceso histórico y nos presenta las
nuevas orientaciones sobre las organizaciones, concibiendo la organización como
conflicto entre los fines del individuo y los de la organización en sí misma.
Generando cambio y creando organizaciones variantes.
Se presenta el Taylorismo como teoría marco del estudio de las organizaciones,
o como teoría de la organización científica del trabajo, que busca optimizar
los recursos al máximo tratando de asignar a cada individuo la tarea para la
que se encuentra mejor capacitado y preparado, pero sigue sin tener en cuenta
su individualidad más allá de la producción que está directamente relacionada a
ella.
A partir de los años sesenta se comienzan a concebir las organizaciones
desde un punto de vista psicoanalítico. Buscan trabajar sobre los puntos
negativos de las organizaciones para mejorarlas, y encuentran entre otros, que
al entrar en una organización dejamos de ser nosotros mismos, y según Rene
Käes, “nos vemos apresados en el
lenguaje de tribu y sufrimos por no hacer reconocer la singularidad de nuestra
palabra” (Zamanillo 2008, pág. 253) aunque simultáneamente la institución cumple la función clave de
proporcionarnos representaciones comunes.
Me parece un punto de vista, el de Käes, importantísimo para tener en
cuenta. Cuando llegamos a cualquier institución lo hacemos desde un bagaje
cultural, social, formativo, económico, lúdico, familiar… un bagaje que ha
afectado a todos los ámbitos de nuestra vida y que nos ha hecho ser quiénes
somos y pensar y actuar de determinada manera y no de otra. Obviar todo este
bagaje para diluirlo en la masa de la institución hace que perdamos valor como
personas en nuestra individualidad, y que todo lo positivo que podíamos aportar
a la institución a la que entramos, se diluya, resultando no ser tan positivos
para la institución ni esta para nosotros. El cuidado de la
individualidad me parece básico, e importantísimo para el desarrollo propio y
el aporte al grupo.
Si hablamos de una concepción institucional que parte del psicoanálisis,
obviamente, Freud es un hito importante en esta parte de la historia
organizacional.
Para Freud el modelo de institución se basa en la identificación del
individuo primero con el “jefe” y posteriormente con los pares. Según Freud, el
individuo cede entonces parte de su posible felicidad a favor de la seguridad
que le aporta el grupo. El individualismo en una institución da “miedo” aunque
las personas lo necesitemos para la autorrealización, mientras que el respaldo
del grupo, aunque no se comulgue con él al 100%, aporta una seguridad, que
puesta en una balanza en términos de seguridad, compensa.
La realidad actual nos dice que Freud tiene mucha parte de razón. Si crees
en lo que la institución hace y estás a gusto, te quedas y si no es así buscas
alternativas y un trabajo diferente porque es una realidad no prolongable en el
tiempo, porque hace daño a la persona. Las personas son capaces de ceder en sus
puntos de vista a favor del grupo para mejorar su sentimiento de pertenencia.
Siguiendo en la línea de este análisis institucional nos encontramos con el
riesgo, expuesto por Lapassade, del inmovilismo, del no dejar paso a las nuevas
generaciones, generado por un sentimiento de propiedad sobre la entidad en la
que nos encontramos y por un “pacto de silencio”, que las personas conformantes
del grupo no se atreven a romper públicamente, pero que genera un “efecto
pasillo” que mina a la entidad desde dentro.
“Este juramento de lealtad y de silencio que hacen los individuos, les
lleva a dejar de pensar y de tener iniciativa por no desmarcarse del grupo. El
individuo finge creer y hace lo que no es por no diferenciarse.” (Zamanillo
2008, pág. 256)
Trabajar con personas situadas en este punto es muy duro. Nunca sabes lo
que realmente piensan, ya que son capaces de cambiar su discurso en función del
oyente. No generan iniciativas ni solventan inconvenientes si no son guiados al
detalle por miedo a la diferencia.
Tras este análisis institucional que parte del psicoanálisis, nos
encontramos con el análisis sistémico para la comprensión de las
organizaciones, visto en la lectura y entrada de blog anterior, con Etkins y
Schvarsntein, y con el que, en lo personal, me encuentro mucho más
identificada.
Estos autores definen las organizaciones como un sistema complejo de
interrelaciones e interdependencia del individuo con el entorno, con el sistema
político y de poder. Describe las instituciones a través de lo que denominan
Metaconceptos, como identidad, estructura y autonomía. Siendo muy concisos
podríamos resumir que conciben identidad como aquello que nos diferencia del
resto de entidades del entorno dedicadas a lo mismo que nosotros, aquello que
si desapareciese afectaría directamente y supondría un cambio organizacional o
la desaparición o el fin de la misma. Estructura es lo que materializa la
identidad de una organización, los recursos que posee y el uso de los mismos,
sus relaciones internas y con el entorno, los propósitos, los programas y
proyectos que ejecuta.
Todo estos metaconceptos los enmarcan a nivel operativo dentro de tres
niveles, tres dominios que dan la parte instrumental y operacional de la
institución. Serían el dominio de las relaciones, el de los propósitos y el de
las capacidades existentes.
En esta concepción de organización se pone claramente de relevancia al ser
humano con todas sus especificidades, como elemento potenciador de las mismas.
Es en este sentido que me encuentro más afín a esta definición y concepción que
con otras anteriores.
Si buscásemos una relación entre los modelos descritos hasta ahora nos
encontraríamos con que el modelos clásico quedaría fuera porque no es útil, ni
funcional ni estructura organizativa. El modelo sistémico por sí mismo no
aseguraría su subsistencia, está demasiado en “el aire”, no claramente definido
en la parte operativa, y el institucional deja nulo espacio para el tema dialógico,
a los antagonismos y al crecimiento individual, porque no se conoce la
institución al 100%.
Lo óptimo sería un equilibrio entre el modelo institucional y el sistémico.
Con mayor parte de este último.
Continúa la autora con las diferentes concepciones de organización y ya
entra directamente en lo que ella entiende por organización de servicios
sociales. Transcribo literal: “Los servicios sociales públicos
cada vez están más en retroceso. Hoy el ámbito de la Administración Pública
está siendo sustituido por el de la iniciativa privada: asociaciones diversas,
ong… están contribuyendo notablemente a la creación de un tejido social plural
y diverso que, si en un primer momento pareció suponer la apuesta por la
construcción de un sociedad civil fuerte, que exigía necesariamente una
sociedad integrada, hoy podemos constatar que la desintegración, la
desafiliación, la exclusión social, la pauperización y la desigualdad entre los
que viven al margen de una sociedad integrada y las clases medias está
afectando seriamente al pacto social y a la democracia.” (Zamanillo 2008, pág.
262)
Si la autora escribía en estos términos en la fecha de publicación del
libro, año 2008, la pregunta que me surge es ¿qué escribiría ahora? ¿Hablaría
directamente de inexistencia?
La autora habla a continuación sobre el papel de lo privado y
responsabiliza en parte a las Ong y demás entidades privadas de no ser
suficientemente vigilantes y activas, cayendo en un capitalismo neoliberal, produciendo
un desmantelamiento del Estado de Bienestar. Es una conclusión con la que no me
encuentro de acuerdo en absoluto. Me parece que la proliferación de entidades
privadas en tiempos en los que lo público no llega al conjunto de la sociedad y
en los que la burocratización excesiva hace que las ayudas lleguen tras el
fallecimiento de las personas, careciendo así de sentido, cubre, precisamente ,
unas carencias que de otro modo ahondarían más aun en la diferencia.
Si el cubrir carencias no cubiertas supone responsabilidad de la decadencia
del Estado de Bienestar tal vez la pregunta debería ser ¿quién vela por su
mantenimiento?
Últimamente y cada vez más se busca una protección social light, tal y como
manifiesta Sennett, con quien no puedo estar más de acuerdo. Habla de una
protección indolora para el estado. Que no busque la verdadera autonomía pero
respetando la dependencia.
Creo que exactamente es la realidad que vivimos hoy en día. El quedar bien
pero que no “duela” que no suponga esfuerzos, que no mine demasiado para hacer
lo “realmente importante”, que no agote recursos, pero que la foto de la
solidaridad quede bonita… Es una pérdida total del sentido…
Una vez definidas las organizaciones sociales, Teresa pasa a hablar de los
profesionales de Servicios Sociales, y los hace en los términos anteriormente
descritos en este Blog a través de los textos de Félix Castillo.
Me gustaría rescatar tan sólo un par de ideas: ¿cómo se puede llevar a cabo
un trabajo liberador en un contexto en el que “un éxito es un fracaso? Y
también la de la frecuente dicotomía entre lo planificado en un despacho y lo
ejecutado a pie de calle y las tremendas dificultades que ello entraña.
En las organizaciones de servicios sociales existe una fuerte carencia de
ideas convencionales de coordinación concentrada y de influencia, que son
sustituidas por el poder informal y por el uso que los trabajadores hacen de
las zonas de incertidumbre y su apropiación. Esto supone un ejercicio constante
de conocimiento del sistema y de uno mismo para poder situarse
estratégicamente.
Parece haber quedado establecido, con lo expuesto hasta este
momento, que entre organización, equipo de trabajo y miembros del mismo, hay
una estrecha interdependencia. Es algo que hacen resaltar los diferentes
autores que describen el hecho organizacional, y por lo tanto, una mirada de
cerca a dichos equipos se hace igual de necesaria que la mirada general a las
organizaciones.
Teresa Zamanillo, haciendo referencia a los equipos de trabajo y
a su relación con las organizaciones manifiesta que “la relación de interdependencia,
reciprocidad, mutualidad y complementariedad entre las organizaciones y los
equipos son los rasgos más destacables de una organización social.” (Zamanillo 2008, pág. 273)
Estoy de acuerdo en que las organizaciones sociales tienen
un espíritu claramente diferenciado a otras organizaciones y reside, a mi
entender, precisamente en este punto que resalta Zaramillo. Todo es mutuo e
interdependiente. No se entendería lo uno sin lo otro. Hay relación entre la
entidad con el equipo, entre el equipo y sus miembros y entre ellos mismos.
A continuación se define lo que se entiende por “equipo de trabajo, que no es más que un pequeño grupo, esto es, una
trama compuesta por vinculaciones entre sujetos iguales en la que se crean
relaciones intersubjetivas, […], con el fin de crear una ética y una cultura de
trabajo en el que se respeten estos criterios, en el que las personas se formen
en coevolución para que puedan dar un mejor servicio, un equipo constituido por
sujetos reflexivos, sujetos de poder.” (Zamanillo
2008, pág. 274)
Aunque en las líneas anteriores se marca la definición, un tanto
utópica, de un equipo de trabajo, la autora, basándose en los escritos de
(Roncal 2004:22-43), tipifica los equipos en tres claramente diferenciados:
Grupo de trabajo, Equipos potenciales y equipos verdaderos, que Zamanillo más
adelante definirá como Equipos Inteligentes.
Los diferencia en los grados de planificación, de
coevolución, de trabajo conjunto y de interés por la mejora y el rendimiento.
Nuevamente fijándose la autora en Roncal 2004:22-43 define
un equipo que funciona bien como un grupo de personas que se han esforzado por
crear un clima colaborador, estimulado por sus miembros, un grupo dónde
trabajar resulta cómodo. Pero todo ello no significa la ausencia de discusión y
de conflictos en su seno, lo que sucede es que estos se pueden hablar porque no
se evitan.
Me parece una definición y puntualización clave. El hecho de
discutir en una mesa de trabajo diferentes modus operandi u opciones de
afrontar un problema o circunstancia no ha de suponer, bajo ningún concepto,
que la relación se rompa, que los problemas nos sobrepasen o que carezcamos de
ética de trabajo, más bien al contrario, es necesario hablar y contrastar y
discutir desde la profesionalidad de cada uno, para entre todos, crear. Tapar
los problemas y la falta de comunicación que esto supone no hace más que crear
falsos arreglos que degeneran en un trabajo de escasa calidad y nula innovación
por miedo a las reacciones de los demás.
Define Zamanillo Equipo Inteligente como “aquel que se fundamenta en la complementariedad de tareas, roles y
personalidades, la diferenciación del sí mismo, la capacidad para negociar,
tomar decisiones, soportar los fracasos, integrar los éxitos, y, en fin,
regular los desequilibrios que se produzcan a lo largo de su proceso. Son
equipos altamente instruidos que conocen la dinámica del cambio y tienen un
empeño positivo en su progreso. Conocen también la coexistencia de los pares
dialógicos que alimentan la conducta de los miembros y de la organización.” (Zamanillo 2008, pág. 276)
Y, siendo tan positivos este tipo de equipos de trabajo, ¿por qué
existen tan pocos?, pues también resume la autora una serie de motivos, una vez
más, desde la realidad laboral que me toca vivir en un equipo de trabajo en una
organización social, total y absolutamente acertados y de rabiosa actualidad:
falta de apoyo estructural por parte de las organizaciones, falta de formación
permanente y supervisión en este tema concreto, liderazgos no aceptados como
funcionales y operativos para el equipo, la flexibilidad de la vida
profesional, que por amoldarse y no destacar hace que los profesionales se
igualen, lo malo es que lo hacen por abajo en vez de tratar de hacerlo por
arriba, vivencia del conflicto como amenaza y no como oportunidad de cambio y
falta de conocimiento en dinámicas y procesos grupales que fomenta la
resistencia al cambio.
El problema es que los equipos, sean cuales y como sean, influyen
en las organizaciones para bien o para mal. Un equipo bien formado funcionara
como motor de cambio institucional. El poder de los equipos y de las personas
proviene del conocimiento, confiriéndoles autoridad y capacidad de influencia.
De siempre es sabido el dicho que “la información es poder”.
Los trabajadores sociales o del mundo de lo social tienen una
vinculación muy fuerte con las políticas sociales, ya que por una parte son los
ejecutores de ellas y por otra son los que nutren a la administración de nuevas
necesidades detectadas en primera línea.
Aunque Zamanillo muestra esta realidad como perteneciente a
las organizaciones de servicios sociales, yo más bien la veo enmarcada en las
entidades, ong y fundaciones de índole privada. A mayor burocratización, mayor
distancia en tiempo medio con la realidad, por lo que desde que se produce una
necesidad hasta que esta consigue dar el salto de la burocratización y hacerse
patente, en las organizaciones de servicios sociales pasa un tiempo clave que
las entidades ya han aprovechado para intervenir y denunciar.
Transcribo a continuación, de manera literal, las características
que para Cembranos y Medina posee un Equipo Inteligente:
1.
Realiza
colectivamente aquello para lo que ha sido creado o formado, y lo hace bien.
2.
Integra el
bienestar de las personas individualmente consideradas con el del grupo en
general
3.
Socializa el
cerebro de cada uno de los miembros para dar lugar a una inteligencia
colectiva, utilizando las ventajas del pensamiento en grupo.
4.
Aprovecha la
diversidad de las personas que lo componen, tanto de sus habilidades, como de
sus cerebros, como de sus sensibilidades, en lugar de considerarlas como un
error.
5.
Hace que el
sentido de grupo sea el resultado de una construcción colectiva real, no
impuesta, figurada o inexistente.
6.
Pone en marcha
instrumentos, recursos y planteamientos que facilitan una interacción
cooperativa y multiplicativa.
(Cembranos y Medina.2003 pág. 13-14)
No obstante a todas las características citadas como positivas y necesarias
para los equipos y sus miembros, es cierto que sin una coordinación efectiva y
positiva, con un liderazgo adecuado y no intrusivo, pues la realidad de la
existencia de los equipos inteligentes no daría los mismos resultados.
Lo óptimo para una buena coordinación es, según Zamanillo,
construir autoconfianza en los miembros del grupo, promover la colaboración, la
delegación y el trabajo en equipo, y el reconocimiento de los subordinados y de
estos entre sí. Para esta coordinación y creación de grupo es necesario muchas
y positivas habilidades sociales y profesionales, un gran autoconocimiento y
supervisión que ayude, vigile y cuide los riesgos contratransferenciales.
Es básica la idea de cuidarse a uno mismo como individuo y al
grupo como grupo para poder cuidar bien de otros y ejecutar una labor
profesional de calidad y calidez.
Para una buena coordinación no es sólo necesario saber, sino también
saber hacer, tener el conocimiento y la “mano izquierda”. Hay conceptos en los
que uno se puede formar y capacitar, pero un buen liderazgo tiene mucho, bajo
mi punto de vista, de habilidades innatas.
Viendo estas definiciones dan ganas inmediatas de volver
al trabajo y comenzar a crear un “equipo inteligente” porque sinceramente creo
que la entidad en la que trabajo posee un equipo potencial muy fuerte. Aunque
la cantidad de trabajo que se vislumbra asuste de manera inicial, pienso que ha
de vivirse como una inversión más que como un gasto.
Tal y como manifiesta Teresa Zamanillo en la última
frase del capítulo que nos ocupa: “La tarea de los equipos que
desean organizarse inteligentemente es ardua.” (Zamanillo 2008, pág. 295)
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