Anton Semiónnovich Makarenko fue un pedagogo ucraniano que nació el 13 de marzo de 1888, en la ciudad
de Bielopolie de la provincia de Jarkov, en aquellos años capital de Ucrania.
Era el segundo hijo en la familia, un niño muy débil y enfermizo, aunque se
desarrollaba normalmente. A los cinco años ya sabía leer, y comenzó a leer
mucho y con avidez, porque ya en aquellos años se manifestaron en él un
carácter observador poco común, el deseo de calar hasta las causas originarias
de cada fenómeno.
En 1895, a los siete años ingresó en la escuela. Haciéndole al párvulo las
últimas advertencias, el padre, viejo obrero, le dijo: “las escuelas urbanas no
las han hecho para nosotros, así es que, demuéstrales lo que vales”.
En 1900 se abrieron en Kriukov, unos grandes talleres ferroviarios, a los
que fue trasladado su padre, donde le hicieron oficial pintor y, al poco
tiempo, contramaestre del taller de pintura. Kriukov, con una población de
10.000 habitantes era un suburbio de la importante ciudad industrial de
Kremenchug, situada a orillas del río Dniéper. Fue también en esta ciudad donde
más tarde conoció a su futura esposa, Tatiana Mijáilovna Dergachova, hija de un
soldado Zarista.
Allí Makarenko ingresó en la escuela urbana de Kremenchug, donde se
estudiaba seis años. El programa docente de la escuela era muy completo, pero
los alumnos no podían matricularse en los grados superiores del instituto.
Makarenko siguió estudiando con brillantez. Su erudición y conocimientos de
los clásicos rusos y extranjeros eran asombrosos para un chico de su edad.
Conocía con profundidad filosofía, astronomía y las ciencias naturales.
En 1904, a la edad de dieciséis años, terminó el instituto con
sobresaliente en todas las asignaturas y luego ingresó en unos cursos
pedagógicos de un año que preparaban maestros para las clases de párvulos.
En la primavera de 1905 Makarenko terminó el cursillo de un año y el otoño
del mismo año empezó a trabajar como maestro en la escuela ferroviaria
primaria, enclavada en el recinto de los talleres ferroviarios, donde trabajaba
su padre.
Era un extraordinario profesor. Tenía muchos conocimientos, sabía
transmitirlos con maestría; enseñaba a pensar y a razonar y, sin embargo, no se
hizo un buen educador rápidamente, le costó grandes preocupaciones. Haciendo el
balance de uno de los trimestres, decidió hacer un experimento. Calculó a cada
discípulo la puntuación media y, en
correspondencia con la escala obtenida, distribuyó los puestos del primero al
último. La hoja de notas con el 37 y último la recibió un chico que, como se
supo después, no iba atrasado por perezoso, sino porque estaba muy enfermo de
tuberculosis. La amargura del pequeño fue tan grande, que hasta su dolencia se
le agravó.
Este caso conmocionó a Makarenko. El joven pedagogo descubrió con evidencia implacable que
para educar no sólo hacía falta enseñar, sino también comprender la
originalidad de cada discípulo, tener en cuenta sus particularidades
individuales. La metodología del trabajo educativo no puede reducirse a la
metodología de la enseñanza: la primera es una rama especial de la ciencia
pedagógica que tiene su objeto y sus leyes.
Durante esta etapa de sus primeros pasos en la pedagogía, influyeron mucho
los extraordinarios acontecimientos políticos de aquellos años: “la revolución
de 1905 tuvo una gran repercusión en todos los rincones de Rusia, haciendo
despertar conciencias y llamando a la lucha contra la autocracia zarista”.
En esos tiempos la revolución hizo que Makarenko cambiara su forma de ser,
de su forma de tener un pensamiento diferente de la sociedad y que se vuelva
autocrático en su pensamiento personal.
En 1914 se abrió en Poltava el Instituto Pedagógico, que preparaba maestros
para las escuelas de segunda enseñanza. Makarenko, a quien nunca abandonaba la
pasión por el estudio, envió inmediatamente a Poltava su solicitud y, aprobando
brillantemente los exámenes de ingreso, se matriculó como estudiante.
Ingresaba en el instituto siendo ya un hombre maduro, tenía ya 26 años, y
empezó en el acto a estudiar profunda y sistemáticamente la pedagogía y la
literatura histórica y filosófica. En 1917 Makarenko terminó el primer curso
con medalla de oro y pudo ocupar cargos de dirección en las escuelas de segunda
enseñanza.
Su fama descansa en su labor a favor de la educación y readaptación de
jóvenes, iniciada en 1920. Organizó y dirigió colonias
juveniles, empezando por la “colonia Máximo Gorki” para bezprizorniye, chicos
sin hogar que formaban bandas criminales. En 1931 fue nombrado jefe de la
“Comuna DzerZhinski”, correccional para jóvenes. Preconizó la “pedagogía de la
lucha”, en que el pedagogo debe convertirse en guía. Según él, la disciplina no
es una forma de educación, sino su efecto.
La disciplina es un objeto a conseguir desde la familia, planteada como una
necesidad vital para la construcción de la sociedad comunista y el éxito de la
Unión Soviética. Se opuso a los postulados de la Escuela Nueva.
En su experiencia rechaza que la educación deba fundamentarse en las
necesidades del niño; las necesidades esenciales son
las de la colectividad. Para que el niño tenga fuerza de voluntad es preciso
enseñarle disciplina y renuncia.
Su pedagogía está dirigida a formar futuros ciudadanos comunistas con un
sentimiento profundo del deber y de la responsabilidad para los objetivos
soviéticos, espíritu de colaboración y solidaridad, formación política y
capacidad para conocer a los enemigos del pueblo.
Dos ideas fundamentales que resumen los objetivos educativos de Makarenko
son:
·
La confianza en la sociedad soviética
·
Su fe en las posibilidades
de la educación.
Desgraciadamente falleció a una edad
bastante joven, el 1 de abril de 1939 a los 51 años de edad en Moscú, dejando
huellas trascendentales en la educación. Su pedagogía es ejemplar sobre todo
por la estrategia que planteó con los niños delincuentes.
Makarenko extraordinario educador e
inolvidable para la sociedad soviética, dejo huellas en la educación
transcendentales porque su experiencia fue basada en niños delincuentes.
Utilizó como medio de enseñanza la estrategia del trabajo, por la forma de
jerarquizar al oponente y más que todo poner énfasis a la capacidad de mando y
orden.
Makarenko escribió numerosas obras,
entre las que destaca “El Poema pedagógico”, que es una historia de la colonia
Gorki. Fue un libro muy popular en la URSS, compuesto originalmente por tres
volúmenes, y actualmente forma parte del temario de estudio de numerosos planes
universitarios relacionados con el mundo de la escuela y la pedagogía.
El libro narra la historia de una
colonia para delincuentes juveniles, para ello en septiembre de 1920
propusieron a Makarenko dirigir dicha colonia recién formada, a lo que él
accedió en el acto.
El comienzo de su labor en la
colonia fue increíblemente difícil. Cinco edificios cuadrados de ladrillo le
recibieron con un vacío total. En las habitaciones no había absolutamente nada:
ventanas, puertas y estufas, todo lo habían arrancado, hasta el último árbol.
Al cabo de dos meses, cuando uno de los edificios se había rehabilitado como
buenamente se pudo, llegaron a la colonia los primeros seis educandos,
muchachos de 16 a 17 años, delincuentes sociales que, aunque no ofendían a los
pedagogos, simplemente, no reparaban siquiera en su presencia. Uno de estos
primeros educandos no tardó en realizar un atraco con asesinato y fue detenido
en la propia colonia.
Sin saber qué hacer, cómo abordar a los educandos, Makarenko y sus pocos
auxiliares recurrieron a los libros de pedagogía, pero la teoría pedagógica
respondía a las preguntas apremiantes de la vida práctica con un silencio de
ultratumba. Vio entonces claro que no necesitaba fórmulas librescas que, de
todas las maneras, no podría adaptar a aquella situación, sino un análisis
propio y concreto.
El educando Zadorov dio el motivo
para que Makarenko emprendiera su última tentativa desesperada de hacerse con
la situación. En respuesta a la invitación del director de que fuese a cortar
leña, el joven contestó con despreocupación:
¡Ve a cortarla tú mismo: sois muchos aquí ¡
“Era la vez primera que me tuteaban, dice Makarenko en el Poema pedagógico.
Colérico y ofendido, llevado a la desesperación y al frenesí por todos los
meses precedentes, me lancé sobre Zadorov. Le abofeteé. Le abofeteé con tanta
fuerza, que vació y fue a caer contra la estufa. Le golpeé por segunda vez y
agarrándole por el cuello y levantándole, le pegue una vez más.
Esto fue, naturalmente, una salida
violenta a las emociones, desde el punto de vista de muchos teóricos, un
absurdo pedagógico. Pero el caso es que el influjo emocional, precisamente,
venció la indiferencia y el descaro del quinteto de colonos. Comprendieron que
para devolverles una fisonomía humana, el educador se había jugado a una carta
lo último, la propia vida, que era lo único que le quedaba por jugarse.
Cogidos de improviso por esta
explosión, los colonos reaccionaron tal y como se podía esperar de gentes
salidas del mundo de la delincuencia: cedieron a la fuerza sin experimentar
humillación. Esta fue una especie de victoria general, del educador y de los
educandos, pero una victoria que aún necesitaba afianzarse, exigiéndose para
ellos medidas de otra naturaleza. Pero ¿cuáles?
El gravísimo caso ocurrido con
Zadorov persuadió definitivamente a Makarenko de que con procedimientos
semejantes, así como por el método de influencia sucesiva, sobre uno o sobre
otro colono, no conseguiría nada. Pero si este método no valía y no había otro,
¿qué hacer entonces? La respuesta se imponía por sí misma: él mismo debía crear
métodos de educación, crearlos allí, en la colonia, con aquel grupo de
delincuentes juveniles.
Los contornos de la nueva
metodología de educación ya se adivinaban en la experiencia del propio
Makarenko y en la de los pedagogos de otros establecimientos. Para educar a
todos a la vez, y no a cada uno por separado, hay que tener la perspectiva
necesaria, igualmente comprensible para todos. Así podría ser levantada la
economía de la colonia y satisfacer plenamente las demandas más apremiantes
materiales y culturales de los colonos. Debería organizarse la vida de tal
manera que los propios colonos fueran los que respondieran por todo: por los
edificios, por el plan de producción, por la distribución de los ingresos, por
la disciplina… Ellos mismos deberían educarse unos a otros, exigir,
subordinarse, respetarse, merecer la estima, preocuparse y ayudarse mutuamente.
La colonia no es una suma mecánica
de individuos, sino que es un complejo social único, de la pertenencia al cual
se enorgullecen en igual medida tanto los educandos como los educadores: es lo
que se llama colectividad.
Las primeras soluciones teóricas
fueron respaldadas por los hechos. En primer lugar, se emprendió la ofensiva
contra la necesidad. Para marzo de 1921 en la colonia había hasta 30 jóvenes,
en su mayoría vagabundos cubiertos de harapos, hambrientos y sarnosos.
Makarenko sabía que, espoleados por el hambre, sus pupilos, bajo diversos
pretextos, iban regularmente a la ciudad, haciendo de las suyas. Pero
comprendiendo que en los primeros momentos hubiera sido imposible prohibir este
procedimiento de llenar el estómago, no preguntaba a los colonos sobre la
verdadera procedencia de los saqueos. Para terminar de una vez con el robo se
exigía una determinada situación pedagógica y Makarenko aguardaba el momento
propicio.
Entre tanto, comenzaron también los
robos en la colonia. Desapareció del cajón de la mesa de Makarenko el dinero
que constituía el sueldo de seis meses de todos los educadores. En la reunión
general, rogó devolver el dinero porque le podían acusar de malversación.
Después de la reunión, dos educandos le comunicaron en secreto que ellos sabían
quién había cogido el dinero, pero que no le denunciarían, que probarían a
convencerle por las buenas. Por la mañana, el dinero apareció tirado en la
cuadra.
Dos días después, alguien descerrajó
la puerta de la despensa y se llevó todas las reservas de comestibles guardadas
para la fiesta y unas cuantas latas de lubricante para los rodamientos. Los
colonos no comprendían que les robaran a ellos. Con muchas dificultades a causa
del racionamiento, los educandos lograron suministros de tocino y hasta
caramelos, y los guardaron en la despensa de la colonia. Pero aquella misma
noche, todo desapareció de nuevo.
Makarenko casi se alegró de este
nuevo hurto, suponiendo que ahora los colonos se lanzarían contra los ladrones.
Pero otra vez se equivocó: si bien es verdad que los jóvenes se apenaron, no se
sumaron a la indignación de los pedagogos.
Ya se robaba a diario. Makarenko
probó a hacer guardia por las noches, pero no aguantó más de tres noches.
Observando la lucha del director y compadeciéndose de él a escondidas, los
jóvenes colonos empezaron a decir que estaban dispuestos a contratar guardas.
Makarenko repuso tranquilo: A los guardas hay que pagarles, y nosotros ya somos
bastante pobres, pero lo principal es que vosotros debéis ser aquí los amos.
Por fin encontraron al ladrón. Era
Burun, uno de los primeros seis colonos. Quedaba claro que todos los esfuerzos
anteriores para orientar la conciencia de los educandos hacia los intereses
comunes, no habían sido baldíos. Cuando Burun dijo a sus compañeros colonos que
ellos no eran quiénes para juzgarle, la opinión social apareció por fin:
¡Cómo muchachos! y Kostya Vetkovski
saltó de su asiento ¿Tenemos que ver con eso nosotros o no?
¡Tenemos que ver! Apoyó a Kostya
toda la colonia.
Había llegado por fin, el momento
favorable. Obtenida la primera victoria, Makarenko siguió desarrollando nuevas
reservas de su innovadora pedagogía. Su idea principal era lograr un viraje
decisivo en la batalla, conseguir que la noción nuestro se adueñara
definitivamente de la conciencia de los colonos y se convirtiera en el punto de
partida de todo el trabajo educativo posterior.
Bajo la influencia de los
razonamientos persuasivos de Makarenko, los educandos llegaron a interesarse
por la economía de la colonia, emprendiendo el trabajo en sus campos, huertas y
en el jardín frutal. Ampliando la imaginación que tenían del nuestro, los
colonos pusieron bajo su protección el bosque estatal adyacente a sus
posesiones, colocaron guardas en el camino, donde cada noche se cometían robos
y asesinatos, y se lanzaron a una ofensiva contra los kulaks locales y los
aguardenteros furtivos.
El trabajo instructivo,
especialmente la lectura, desempeñó un enorme papel en la transformación de la
conciencia de los colonos. Se leía mucho a la luz de los quinqués y se
organizaban lecturas colectivas en los dormitorios, en particular de Gorki. A
los muchachos les asombraban más que nada sus novelas autobiográficas:
“Entonces, ¿resulta que Gorki es
como nosotros?
¡Eso es formidable!
La vida de Máximo Gorki, escribe Makarenko en Poema pedagógico, pasó a
formar parte de nuestra vida. Algunos de sus episodios llegaron a ser entre
nosotros elementos de comparación, fundamentos para los motes, pancartas para
las disputas, escalas para la medición de los valores humanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario